Nuestros corazones laten, fuego lento pero fuerte.
Recojo mis puños contra tu pecho.
Quiero contenerme.
Y vienen esas lágrimas,
Encendidas e incómodas,
Intentando absorberlo todo,
Tragar la intesidad del ensueño...
Despertarme.
Es tu pecho acelerado,
Mis manos temblantes
¿Ansiedad o medicamento?
Puede ser, pero estás tú.
La respiración opta por susurrar,
Me delata
Y no sé qué tanto deseas de mí.
Ojalá éstas noches,
Las risas imperdonables,
Y el deseo de seguir durmiendo
encontrándote plácido, la mañana siguiente.
La mujer de anotaciones púrpuras algún día tachó un nombre y decidió olvidarse del afecto. Cubrió con una coraza a su endeble y poco resistente corazón. ¿Cómo iba a saberlo?
Después de tocar la profundidad de su vacío oscuro y entender de sobra el poder de sus pensamientos poco amables, puso una cajita con sus penas en un rincón.
Llega él, sin más pretensiones que recordar que es eso, sólo un nombre (A.P, siempre) y de nuevo se sobreescribe, esta vez con la diferencia de que ha logrado aquello que nadie hizo antes, mostrarse vulnerable y permitirle a ella serlo...
Para Santi,
Gracias por lograr sanar mis cicatrices. Es pronto, pero insisto en lo mucho que te quiero y la alegría de por fin encontrarte, para poder encontrarme. Espero que si algún día en una de esas charlas amarillas sale este texto a por ti, entiendas que mucho antes de tus manos agarrándome, estaban mis pies, intentando no flotar.
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