domingo, 21 de septiembre de 2014

Quimera

Se siente como una canción volátil.
Sí, esta vida y no otra.

Puntas de dedos que se estiran exasperados
sólo por rozar el asfalto.

Y así se cuentan horas y se suman días
cortados y poco precisos.

Entonces están esas muñecas frente a mis ojos
y no decifro el flujo de mi sangre.

Nadie enseña a interpretar el pulso,
aunque esté aligerado y duela que no pese.

Entonces se escucha por ahí que no hay angustias
y puede que sea ese el mayor desconsuelo.

No, no es el desánimo el que me mueve.
Porque continúo en el ensueño;
es sólo que cuesta lidiarse a diario.

El iris se revuelve en extraña expedición,
quiero que duerma,
quiero que descanse,
¿Por qué se inmoviliza al primer contacto?
No hay respuesta.

El llanto hecho polvo
que coincide ahora con el pómulo derecho,
se desdibuja entre mis dedos
todo vuelto memorias.

Se detiene entonces el habla
y el apetito de la oralidad cesa.

Enmarañado y poco audible,
así se torna el aliento.

Y antes de que olvide la creación del verso,
antes de culminar esa imagen suya,
regreso.

No para encontrarle,
no tendría valía.

Más bien para angustiarme,
porque así me escribo,
de cabeza a pies.






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