viernes, 26 de septiembre de 2014

Testimonio

Él cargó una, dos y tres veces. El reloj marcaba un sin tiempo, como cuando son detenidas las manecillas, sólo que en este caso, se trataba de un tablero.
Las cosas que había hecho, no cumplían con la justificación necesaria ante el común. 
¿Qué hacer?
Si tomase un calendario podría marcar enfurecido las seis fechas en las que debió refugiarse. 
A cambio de eso, no ha podido volver a salir, entre el ocho y el quince del mes.

 Hoy es Lunes.

Cuando un hombre cae por el peso de una idea, ya es difícil volverle a levantar. 

La noche anterior se encontraba mirando el canal cinco. Una mujer de avanzada edad personificaba a una mujer de dinero y prestigio. Entonces el hombre se levantó, ya que de todas formas esas historias siempre tenían el mismo fin.

Cerró la puerta, doble llave, un candado.

La voz de una vecina se colaba por las paredes del baño y aunque él quisiera desprender de sus oídos aquel sonido, éste retumbaba, calándole profundo, punzando y fermentando la dura coraza que cubría el cerebro.

¡No me jodan más! - Dijo con tono parasitario, intentando escabullirse en las sábanas rojinegras que cubrían la cama.

Tuvo un sueño. Uno en el que se ponía de pie y no debía usar grandes zapatos. Indoloro y esperanzado, dibujaba un trazo simétrico-regularizado, algo jamás entendido y hecho, incomprensible a la vista y entendimiento de cualquier sujeto.
Un ruido acompañaba su dicha y fue entonces cuando posó el cuerpo sobre el trazo. Se aligeró por completo y sintió calma.
El hombre implosionó, sin dejar rastro alguno en el suelo.

Cae entonces al piso frío, hombre completo a medias. Refunfuña e intenta apoyar los brazos para retornar a su letargo. Pero las ilusiones nocturnas son acartonadas y cuando se anhelan, se deshacen, no sin antes burlarse de la infortunada inhabilidad humana ante ellas.

Una centinela para despertar.

Ha amanecido, las pestañas no despejan, pero el sol anuncia su presencia. Quizás ocho, quizás diez. No quiero despertarte, noté tu molestia a mitad de la noche. ¡Qué inoportuna sería al tocar el día de hoy!

Abriste los ojos y no te importó notarme cerca.

Miras la hora, fijamente.

Sé que intentas actuar bajo una muy bien disimulada calma y que no tienes motivos para hacerme esperar.

Sin embargo, no me miras y eso, no puedo soportarlo.

Entonces te grito, porque en verdad me ofendes, creyéndome ingenua.

Te limitas a voltear un poco y desvías los ojos hacia el calendario. ¿Recuerdas aquel día? Al parecer sí, porque aprietas y abres el puño y golpeas esa insensible pierna tuya.

Me parece fascinante saber que no olvidas la vez primera  en la que a través de esas pupilas, viste mi reflejo. Es halgador, mas me preocupa que no hayas entendido esto del todo.
 Te noto desorientado.

Sabes lo poco cautelosa que llego a ser y mi debilidad por las grandes tragedias. Sabes que me estremece un paso en falso, una mala jugada y los desastres de invierno.
Sabes de mi caos y el disfrute que me provoca.

Pero en realidad no sabes lo que haces.

Me temo por encontrarte tan perdido en mí. Buscando cualquier pretexto. Eres mortal, es poco usual, aquí me tienes de todas formas.

Último hombre en pie

Dicen que el arrepentimiento no es más que cobardía con retraso.
Cuando dejé de moverme como usualmente lo hacía, no quería culparme.
 No tenía por qué.
Alguien debe pagar y en eso soy firme.
Es por eso que no di espera para ir por el primero y hacer justicia con mi mano.
La invalidez no fue impedimento y ¡vaya!, así se reduce la sospecha tan característica de todo crimen.
Pero no es crimen y yo soy justicia. Porque fui carne de cañón e hicieron de mí este medio hombre.
Visitarlos era fácil.
Sus familias no andaban al pendiente y con tres pepazos me los bajaba.
Algunos conservaban el uniforme.
Fue el siete, quedaba José Maria.
Tres de la tarde, un día sin luz.
 Tenía un perro que le cuidaba el patio.
Fui cordial y el encuentro duró lo necesario.
Una vez detenido el aliento, retrocedí en busca de la puerta.
No,no,no,no puede ser.
Yo vi que se encontraba solo, el jodido animal no había ladrado y a las tres de la tarde no se está en casa.
Esquemas complejos con las posibles salidas en caso de un apuro. ¡No sirvieron de nada, de esto no saldría fácil!
Estaba ahí, de pie.
Dejó caer el camión, con ganas de gritar, yo lo oía en su silencio. ¡No lo soporté!
Quedaba una bala, accioné y dejé que ingresara, fuese donde fuese.
Miserable.
De regreso a mi acentamiento, escucho alarmas bulliciosas.
La señora del sexto piso no se calla.

Es domingo y he caído de mi cama, no resisto, soy un cobarde.
Tuve ese sueño. Como siempre.

Es Lunes, cargo una, dos, tres veces. El maldito reloj se ha dañado. Los números del calendario se burlan. Saben de mi encierro.
No éste, aquel que le precedía.
Sin despedidas, así me parece mejor.
Siete días y no más.
Con esto sello mi condena.
He enjuiciado a mis captores.
La lucha por mi libre partida ha culminado.
Y es que nunca hubo nadie, sólo un espectro.
Me hago pedazos para renacer.
La veo.
Y también al camión.

¿Qué haría usted?






domingo, 21 de septiembre de 2014

Quimera

Se siente como una canción volátil.
Sí, esta vida y no otra.

Puntas de dedos que se estiran exasperados
sólo por rozar el asfalto.

Y así se cuentan horas y se suman días
cortados y poco precisos.

Entonces están esas muñecas frente a mis ojos
y no decifro el flujo de mi sangre.

Nadie enseña a interpretar el pulso,
aunque esté aligerado y duela que no pese.

Entonces se escucha por ahí que no hay angustias
y puede que sea ese el mayor desconsuelo.

No, no es el desánimo el que me mueve.
Porque continúo en el ensueño;
es sólo que cuesta lidiarse a diario.

El iris se revuelve en extraña expedición,
quiero que duerma,
quiero que descanse,
¿Por qué se inmoviliza al primer contacto?
No hay respuesta.

El llanto hecho polvo
que coincide ahora con el pómulo derecho,
se desdibuja entre mis dedos
todo vuelto memorias.

Se detiene entonces el habla
y el apetito de la oralidad cesa.

Enmarañado y poco audible,
así se torna el aliento.

Y antes de que olvide la creación del verso,
antes de culminar esa imagen suya,
regreso.

No para encontrarle,
no tendría valía.

Más bien para angustiarme,
porque así me escribo,
de cabeza a pies.






lunes, 15 de septiembre de 2014

Llamado

He cerrado mis ojos y apretándolos con un leve forcejeo entre párpado y pestañas, deseo acudir al punto final.
Si relatara las negaciones nocturnas que se apoderaron de mí, partiendo de ti, no sería más que un vano intento por querer verme en otros pies, sin estos lazos y esta boca mía que no suele agradarme.
He pensado en las lunas que negué a mis dedos, solamente por no saber refugiar mis sentires en esos rayones de niña que lloré. Permanecer en el letargo, al cabo de un prudencial tiempo, acaba por perjudicarme. Hoy no quiero eso.
Las auto-confesiones que siempre acuden a mí con su amargue, ya no funcionan y en verdad añoro que no fuese así.
Mantener la voluntad de escribir es tedioso, pero no podría soportar no leerme de nuevo, aunque lo que escriba parezca un chiste, aunque un verso de Arjona tenga más valor literario... En fin, necesito desatarme.
Los cables se me enredan y de repente pienso en lo poco que leo ahora, en cuanto a lo que el consumo de libros refiere. A cambio, leo un mundo. Uno para el cual no se tiene una preparación previa, un prólogo o algo que evite el invertir el tiempo en él.

Aventada, así me siento. Como un saquito de carne que no sabe levantar la mirada y piensa "¿por qué carajos no puedo sentirme normal?" Es absurdo, pero más o menos es así. Y ni hablar de las ganas de escribirte y pedir una oportunidad para retornar de la pausa. No para continuar con una relación entrecortada, sólo algo de distraccion para las cabezas. Extraño esas conversaciones, eso es. Pero sé que no es posible bajo las circunstancias que ambos conocemos. Porque no supe detenerme cuando fue necesario y dejé que todo se desbordara.


¿Cómo es que te fue tan fácil librarte de mí, cuando yo llevo esta vida entera intentándolo?


Y te pido que comprendas que te escribo esto y sé que lo leerás, ya que la única intención de mis palabras es solicitar una tregua.
¿Cómo saber que la aceptas?


Sabes bien que leo entre líneas.

Ridículo y completamente fuera de todo entendimiento. Pero sabes que soy compleja, siempre lo supiste y también quiero probar que no me equivoco.¡Qué egoísta me he sentido!
No sé si aún conservas mi número y en dado caso que me entiendas, no dudes en sorprenderme. Sigo perdida, como me recuerdas y desesperada al punto de llamarte, a mí manera.

No hay más por escribir. Sé que podría esto serte bastante divertido. Si decides ignorarlo, entenderé, al fin y al cabo me he acostumbrado un poco a las consecuencias de mis actos. Sólo quiero que pienses un poco, ya que bien o mal, puede que en alguno de esos intercruces de palabras, hubieses pensado en esta pequeña mente confusa que de una u otra forma te era afín.

No olvido que debiste enseñarme mucho más, porque siempre admiré eso de ti.

Por ahora, jugaré a que quiero salvar el mundo, mientras muelo mis huesos.